Antes de dedicarse casi por completo al documental sobre música clásica, el ojo de Tony Palmer había capturado para la posteridad durante los 60 a Jimi Hendrix, a The Beatles o a The Who, entre otros. La lente de su cámara sabía atrapar los grandes gestos del rock. Pero cuando quiso inmortalizar la gira europea de Leonard Cohen en 1972, su enfoque fue otro: aquí lo sustantivo era la palabra. Atendiendo al verbo de Cohen, Palmer descubrió el cantar y el contar de un artista cada vez más cómodo en el parnaso del rock y más incómodo con los alrededores de la popularidad musical: giras, autógrafos, aeropuertos, ruedas de prensa y fans que piden bises hasta hacer llorar al canadiense.